Existen una serie de clasificaciones de las costas de Cuba, que han sido elaboradas desde el punto de vista estrictamente geográfico-geomorfológico (Massip e Isalgué, 1942; Núñez Jiménez, 1973, 2012; Ionin, Pavlidis y Avello Suárez, 1977), o utilitario para el derrotero de la isla de Cuba. A continuación, se propone una tipología sencilla para distinguir los tramos de costa cubanos (Fig. 5.1), sobre la base de la morfología general de las regiones costeras, tomando en cuenta los trabajos antes mencionados y las experiencias del autor, que ha reco­rrido a pie, en barco, en avión o helicóptero, la casi totalidad de las zonas costeras cubanas.

La base conceptual de esta subdivisión consiste en que la mor­fología costera actual, es el resultado de la evolución geológica del territorio, al menos desde el inicio del holoceno (11.7 ka atrás) y en general durante el Cuaternario (2.580 000 a) (Carta Geocronológica de la IUGS, 2012). Asimismo, a este proceso se le superpone la elevación acelerada del nivel del mar en los últimos 100 a 150 años, como resultado del calentamiento global (Informe IPCC 2007, Meyssignac y Cazenave, 2012). Por lo tanto, los sistemas costeros actuales representan el resultado de esa evolución geológica y de las modificaciones pro­vocadas por los procesos derivados del cambio climático. Esto explica el hecho de que la mayoría de los ecosistemas costeros cubanos no estén equilibrados, sino en pleno proceso de transformación hacia algún nuevo estado de equilibrio dinámico.

Los tipos de costas que se proponen son los siguientes:

1.- Fajas costeras de substrato rocoso:

a) Costas de substrato rocoso con terrazas.

b) Costas de substrato rocoso acantiladas sin terrazas.

2.-Cayos e islotes de substrato rocoso.

3.- Fajas costeras de substrato limo-arenoso, parcialmente inundadas:

a) Costas de substrato limo-arenoso con manglares, humedales y playas.

b) Cayos e islotes de substrato limo-arenoso con manglares.

Estos tipos de costas, en las islas principales, se subdividen sub­secuentemente en varios tramos, para facilitar su caracterización; y en ellos se distinguen los archipiélagos menores situados en la plataforma insular, debido a que presentan una morfología muy compleja y es más conveniente tratarlos de manera independiente (Fig. 5.1). También se dedican unos párrafos a las bahías.

Estos tipos de costas, en las islas principales, se subdividen sub­secuentemente en varios tramos, para facilitar su caracterización; y en ellos se distinguen los archipiélagos menores situados en la plataforma insular, debido a que presentan una morfología muy compleja y es más conveniente tratarlos de manera independiente (Fig. 5.1). También se dedican unos párrafos a las bahías.

Fajas costeras de substrato rocoso

Estas fajas costeras son por lo general, topográficamente “altas”, pues el límite entre el mar y la tierra está bien definido, ya que con frecuencia presentan un paso o salto entre el nivel medio del mar y el terreno, con excepción de los segmentos de playa. Su altura varía desde pocos centímetros hasta las decenas de metros, con la peculiaridad de que las rocas del substrato generalmente están expuestas, a excepción de las playas. Por su origen geológico son costas de emersión, debido a que la velocidad de levantamiento del terreno por los movimientos neotectónicos ha superado la velocidad secular de ascenso del nivel del mar a partir de la glaciación de Wisconsin (20 ka a 25 ka). Entre estas fajas costeras se distinguen dos subtipos: las que presentan terrazas y las que no presentan terrazas.

Eventos relativamente frecuentes en las costas rocosas, son las transformaciones provocadas por el oleaje extremo, que descarga sobre el litoral un alto nivel de energía en plazos cortos. Las ma­nifestaciones de este proceso son: el colapso de los techos de las cavernas costeras dando lugar a la formación de caletas, el desplo­me de los nichos de marea y el transporte de arena y bloques de roca coralina (huracanolitos, Núñez Jiménez, 1973) tierra adentro, sobre las terrazas emergidas. Estos procesos llegan a modificar la línea de costa, pues producen sinuosidades tales como caletas y ensenadas, y un relieve bajo de bloques aislados.

Costas altas rocosas con terrazas marinas

Estas costas se encuentran tanto en el litoral norte como en el sur del archipiélago. Se pueden presentar desde una o dos terrazas emergidas (tramos XIII y XIV), hasta cuatro (II, IV, V, XI) y más (tramos VI y VIII), lo cual ha estado determinado por la velocidad y duración de los movimientos de levantamiento del terreno. En estos tramos por lo general se encuentra, desde el borde de la plataforma y hacia la costa: arrecifes de coral, la laguna costera y llanura con pastos marinos y la costa aterrazada, como se observa en la figura 5. 2.

La presencia hasta de varias terrazas sumergidas en la mayoría de estos tramos costeros (Duclóz 1963, Busto 1975, Bresznyánszky y col., 1983, Díaz y col., 1991, Núñez Jiménez, 2012), es consecuencia del levantamiento del nivel del mar hasta hoy, que descendió hasta 120 m durante la glaciación de Wisconsin (20 ka a 25 ka). En las fajas costeras de substrato rocoso el nivel medio del mar actualmente ha labrado un nicho de marea que se observa en casi todos los tramos (Duclóz, 1963, Díaz y col., 1991, Núñez Jiménez 2012). Sobre la primera terraza emergida (llamada Seboruco por Duclóz 1963) se observan con frecuencia bloques de roca coralina expulsados por el mar. Estos huracanolitos, de acuerdo con las observaciones del autor, raramente alcanzan más de un metro cúbico en toda la costa y cayos del norte, en tanto que pueden llegar a los veinte y más metros cúbicos en los cayos y costas del sur (Iturralde-Vinent, 2010). Es incuestionable que las dimensiones y cantidad de los bloques reflejan la fuerza y altura máxima de las olas, sugerente de la ocurrencia de eventos de oleaje extremo muy potentes en la costa sur, con un máximo en Peñas Altas de Santiago de Cuba, donde se encuentra más de una veintena de bloques grandes, sobre la única terraza emergida, que se desplazaron hasta cincuenta metros tierra adentro.

Sin embargo, hay sectores de las costas rocosas donde la terraza baja está sumergida y el oleaje trabaja directamente contra el frente acantilado de la segunda terraza. En ellos es común la ocurrencia de derrumbes y desprendimiento de rocas hacia el mar (v. gr. Punta Jíjira, tramo II; sur de Guanahacabibes, tramo XIII). El desprendimiento frecuente de bloques desde esta segunda terraza, está evidenciado por la ausencia de nichos de marea en algunos acantilados (v. gr. SE de Guanahacabibes, partes del tramo XIII).

También cuando la terraza de Seboruco (primera terraza) está sumergida o yace al nivel del mar, se encuentran sectores de playas con arena calcárea sobre ellas. De este tipo de playas hay algunas muy bien desarrolladas con varios kilómetros de extensión (Santa María del Mar y Guanabo tramo II; Cayo Coco, Romano, Guajaba tramo III; María la Gorda tramo XIII), o de poca extensión, situadas en caletas a corta distancia de la pared de la segunda terraza (tramo XIII). Con más frecuencia en estas costas rocosas se observan camellones o playas de tormenta.

Costas de substrato rocoso acantiladas

Estas se encuentran en el tramo VII al sur de la Sierra Maes­tra, que colinda con aguas profundas (Fig. 5.1) y se distinguen por la ausencia de terrazas, ya que las rocas volcánicas y plutónicas del substrato afloran directamente en la costa. En este tramo se observan anfiteatros de deslizamiento, de manera que es probable que las terra­zas que allí existían, hayan descendido y deslizado hacia el fondo del mar (Iturralde-Vinent, 1991). Otro indicio de este proceso se observa al este, en el extremo occidental de la depresión tectónica de Santiago de Cuba (tramo VI), donde hay una sola terraza emergida, cuando el resto del tramo presenta hasta 14 terrazas (Díaz y col., 1991).

Característico de estas costas es la existencia de caletas y ense­nadas donde pueden encontrarse playas de poca extensión o pequeños parches de mangle rojo, situados, como regla, en la desembocadura de los ríos de montaña. Las playas presentan arenas muy gruesas con guijarros y bloques redondeados. Es muy probable que estas ensenadas se hayan originado debido a la inundación de la sección inferior de los valles fluviales, a consecuencia de la elevación del nivel del mar posterior al glacial de Wisconsin, como han sugerido muchos autores (Massip e Isalgué, 1942; Núñez Jiménez, 1973, 2012).

Cayos de substrato rocoso o “cayos de piedra”

Estos cayos y cayuelos se caracterizan por tener un substrato rocoso, representado por calizas y calcarenitas del cuaternario. Algu­nos de estos cayuelos son pequeños, muy altos, como restos de la erosión de cayos mayores. Pero por lo general son cayos alargados, con altura hasta tres o cuatro metros, formados tanto por la caliza de la terraza de Seboruco (formación Jaimanitas), como por un con­junto de barras y dunas adosadas formando montículos alargados de calcarenita. En las costas de barlovento de estos cayos se encuentran playas y en las costas de sotavento se desarrollan lagunas y manglares. Los cayos formados por barras y dunas de calcarenita son comunes en el archipiélago de Sabana-Camagüey desde península de Hicacos hasta Cayo Guillermo y en el archipiélago de los Canarreos. En estos cayos pueden encontrarse colinas que representan dunas fósiles que alcanzan desde cuatro metros hasta dieciocho metros de altura. Es­tas elevaciones no son debidas al levantamiento del terreno, sino a la fuerza del viento que apiló la arena en las mismas. En sus costas de barlovento se presentan largos sectores de playas calcáreas bien desarrolladas, donde la playa se está desplazando tierra adentro o el mar trabaja directamente sobre la duna antigua (playa Pilar en Cayo Guillermo, playas del sur en Cayo Largo del Sur).

En algunos cayos y costas cuyo substrato son rocas calizas y calcarenitas, la superficie rocosa puede estar situada por debajo del nivel de pleamar y la acción del mar durante la marea alta puede cortar las agujas de caliza (diente de perro) y dar lugar a una auto­brecha (Cayos de las Doce Leguas en los Jardines de la Reina; Itu­rralde-Vinent, 2012). Este es un indicio de que el nivel del mar se está levantando, pues el proceso es posterior a la formación del diente de perro costero.

También hay algunos tramos costeros en cuya costa rocosa de barlovento se encuentran extensas playas bien desarrolladas, donde la penetración de la arena hacia el interior llega hasta las lagunas interio­res (cayos Coco, Güajaba, Romano, Blanquizal, Fragoso). En el interior de algunos de estos cayos hay colinas altas formadas por calcarenitas (península de Hicacos, cayos Romano y Güajaba). En todos los cayos rocosos hay bosques costeros bien desarrollados, pero algunos de ellos se están secando naturalmente (cayos Coco, Güajaba, Romano, Blanquizal, Fragoso y Doce Leguas en los Jardines de la Reina).

Un tipo especial de cayos rocosos son los constituidos por anti­guos arrecifes coralinos emergidos total o parcialmente, como los cayos de Orihuela (Jardines de la Reina) o el arrecife elevado de Jibacoa (provincia Mayabeque). En estos lugares, la elevación del terreno ha sido más rápida que el ascenso del nivel del mar.

Fajas costeras de substrato areno-limoso, parcialmente inundadas

En estas costas la transición entre el mar propiamente dicho y la tierra “firme” ocurre a través de una amplia zona inundada, sobre todo durante la pleamar, de manera que el límite tierra-mar no está bien definido como en las fajas costeras de substrato rocoso. En la transición se encuentran infinidad de cayos y lagunas. Se caracterizan por la presencia de fondos arenosos y limosos con manglares, hume­dales; y algunos sectores de playas, como en los tramos I, III, XII, y XV. En la plataforma insular hay numerosos cayuelos diseminados en casi todos los archipiélagos, que están igualmente formados de arena y limo con mangle. Por su origen, estas son costas de sumersión, debido a que la velocidad secular del ascenso del nivel del mar ha predominado sobre otros factores.

En todas las costas, pero sobre todo en las costas bajas, un factor de supervivencia de los ecosistemas y al mismo tiempo, de su transformación, son las mareas y las corrientes de deriva costera. Sin embargo, en las costas bajas la acción de la corriente de deriva costera y la corriente de marea sobre los manglares y playas no pu­eden dejar de considerarse, pues ellas actúan constantemente y con mayor influencia sobre los tramos no estabilizados. La corriente de deriva tiene la capacidad de transportar lejos de la costa, mar afuera, los sedimentos acarreados por la marea y por el drenaje normal de los pantanos costeros y los ríos. Sus velocidades alcanzan más de un nudo en la región occidental de Cuba y son más lentas en el resto del territorio. Estas corrientes, combinadas con las corrientes oceánicas, cuando inciden directamente contra un tramo costero, pueden inducir la sobreelevación del nivel del mar.

El papel de las mareas en los procesos de erosión y transporte de sedimentos puede ser mucho más destacado. En el Caribe, en el entorno del territorio cubano, las oscilaciones de marea astronómica alcanzan una amplitud de entre 50 cm y 80 cm, valor al que se añade la sobreelevación del nivel del mar provocada por las mareas extremas, la acción del viento, el efecto ENOS y las bajas presiones.

tropicales y extratropicales. La corriente de marea tiene dos compo­nentes de flujo: uno hacia la tierra durante el llenado hasta alcanzar el nivel de pleamar, y otro reflujo hacia el mar durante el vaciado hasta alcanzar la bajamar. En particular, el vaciado de la marea provoca fuertes corrientes con una gran capacidad erosiva y de transportación (Hernández y col., 2010). La existencia de las mareas determina la formación de amplios sistemas de canales de marea en la mayoría de las costas de topografía baja, con innumerables ramificaciones, que son la fuente de supervivencia de los manglares y humedales costeros. Estas corrientes pueden dar lugar también a la formación de extensos sistemas deltaico-mareales (v.gr.: norte de Ciego de Ávila, tramo III).

Fajas costeras de substrato areno-limoso con manglares, humedales y playas

En las costas de topografía baja, como estas, la transición tierra-mar ocurre mediante un paisaje muy abigarrado donde se encuentran finas fajas de mangle bordeando salientes y entrantes de la “tierra firme”, así como numerosas lagunas y salinas donde pro­liferan pequeños cayuelos de mangle (Fig. 5.4). Como regla los sue­los de estas costas son arenosos y limosos, salinos, húmedos, con capas de turba intercalada.

En la Ciénaga de Zapata se han determinado turbas de 18 000 años de antigüedad (Duclóz, 1963), pero estos tipos de ambientes abarcan todo el Cuaternario y alcanzan el Plioceno (Iturralde-Vinent, 2009, 2012). El paisaje de estas fajas costeras presenta diferencias entre sí, pues algunas colindan con amplias llanuras (sur de La Habana-Matanzas y Ciego-Camagüey) donde se pueden encontrar humedales extensos (v. gr. Ciénaga de Zapata tramo XII, Morón tramo III). En otras costas las franjas de manglares costeros varían entre cientos de metros y unos kilómetros (tramos I, III, IX, X, XII, XV).

La alta resiliencia de los sistemas de manglar abre la posibilidad de que estos se mantengan estables al cambiar el nivel del mar (Menén­dez y Guzmán, 2006), pero es posible que un cambio rápido del nivel del mar no pueda ser balanceado por el crecimiento del mangle, pues no solo ocurre una mayor inundación, sino que aumenta la erosión por las corrientes de marea, capaces de arrancar sedimentos arcillosos del substrato y aumentar la exposición de las raíces del mangle al efecto destructivo del oleaje.

Localmente, la línea de costas cenagosas puede estar interrum­pida por ensenadas y salientes donde se encuentran playas de distinta extensión y cualidades diversas. Algunas tienen arenas calcáreas de­rivadas de las llanuras de pastos marinos y de los arrecifes de coral (sur de Mayabeque, tramo XII); pero son más comunes las playas de arenas y limos ricos en materia orgánica de color oscuro, generalmente en ensenadas donde el mangle ha sido devastado por el oleaje (pla­yas en Caibarién y Caonao tramo III; playa Vertientes tramo IX). Hay playas de arenas doradas con berma y duna muy bien desarrolladas (punta Macurije tramo IX) y playas de arenas oscuras casi sin duna (playa Bibijagua tramo XV).

Cayos de substrato areno-limosos parcialmente inundados

Estos cayos y cayuelos por lo general están al nivel del mar o tie­nen una altura inferior al metro, y se encuentran en ambientes de aguas muy someras y lagunas con alta concentración de sales (Fig. 5.4). Están presentes en casi todos los archipiélagos y sectores de la plataforma insular, pero son más comunes en los tramos I, III, IX, X y XII (Fig. 1). Presentan un substrato variado desde arena calcárea hasta limos y fangos ricos en materia orgánica y turba. En estos se implantan manglares que en muchos casos están en buenas condiciones (Me­néndez y Guzmás, 2006). Algunas playas calcáreas con dunas están localmente desarrolladas. La configuración de estos cayos puede variar después de cada huracán y con el transcurso del tiempo, pues son muy vulnerables al oleaje y la variación del nivel del mar.

Fuente: Colectivo de Autores. Coordinadora Patricia González Díaz. (2015) Manejo integrado de Zonas Costeras en Cuba. Estado actual, retos y desafios.